EL FUEGO Y LA NOCHE DE SAN JUAN




Esta fiesta solsticial es muy anterior a la religión católica. Antes de cristianizarse esta fiesta, ya se  encendían hogueras en los campos, al oscurecer, con la intención y en la creencia de que se ayudaba al sol en su gran esfuerzo por alargar el día. Se le ayudaba al sol para que no decreciera, para que se mantuviera con todo su vigor. Los pueblos, dependientes de la agricultura, amaban los dias largos y luminosos que les permitian hacer todas su labores agricolas y tener tiempo para celebrar sus fiestas. Amaban el verano, la luz, el calor, la alegría de la vida.

 


Los Celtas celebraban Beltaine,  el primero de mayo. El nombre significaba "fuego de Bel" o "bello fuego" . Eran unas fiestas  anuales en honor al dios Belenos. Durante el Beltaine se encendían hogueras que eran coronadas por los más arriesgados, con largas pértigas. Los druidas hacían pasar el ganado entre las llamas, para purificarlo y defenderlo contra las enfermedades. Y rogaban a los dioses que el año fuera fructífero, sacrificando algún animal para que sus plegarias fueran mejor atendidas.

Los Griegos celebraban sus fiestas en honor del Dios Apolo, en el solsticio de verano, encendiendo grandes hogueras de carácter purificador. 

A los solsticios les llamaban "puertas". "La puerta de los hombres" era la del solsticio de verano (del 21 al 22 de junio). "La puerta de los dioses" era la del solsticio de invierno (21 al 22 de diciembre).

Los Romanos celebraban fiestas en honor de la Diosa Minerva, con fuegos, y saltaban tres veces sobre las llamas.


Los Beréberes de África del norte, en Marruecos y Argelia,  encienden hogueras, en patios, caminos, y campos, quemando plantas aromáticas, el 24 de junio, en la fiesta  llamada Ansara. El humo denso que producen las hogueras se considera protector de los campos cultivados. Lo ahuman todo. Pasan los objetos y utensilios más importantes del hogar por el fuego. Saltan, siete veces, sobre las brasas, pasean las ramas encendidas por el interior de las casas y hasta las acercan a los enfermos para purificar e inmunizar el entorno de todos los males. 

Esta costumbre beréber de celebrar el solsticio es preislámica, puesto que se basa en el calendario solar, mientras que el musulmán es lunar.


El Cristianismo fue un sabio reciclador, sacralizando los lugares y cultos paganos. Un ejemplo lo tenemos en  Baños de Cerrato (cerca de Palencia). En época romana existían en esta localidad unas fuentes o baños consagrados a las ninfas, con un altar dedicado a ellas. Sus aguas tenían propiedades curativas. El rey godo de Toledo, Recesvinto (siglo VII), se curó gracias a estas aguas. Como era cristiano, mandó erigir un templo en acción de gracias. Se buscó como patrono a un santo que tuviera algo que ver con las aguas,  San Juan Bautista. Este es el origen da la famosa basílica visigótica de San Juan de Baños, en cuyo recinto se celebra la "misa en rito hispano-visigótico-mozárabe", el domingo más cercano a San Juan, declarada de interés turístico.

La Noche de San Juan. En su proceso reciclador, el catolicismo sacralizó el solsticio de verano,  instaurando la fiesta  del día 24 de Junio, para la celebración del nacimiento de San Juan Bautista, seis meses antes de la celebración del nacimiento de Jesus, en el solsticio de Invierno. Es curioso que es el único caso en el que la Iglesia  celebra el nacimiento de un santo, en lugar de su muerte.
Con este motivo, se paso a celebrar el solsticio de verano a la noche del día 23 de Junio, en vez del 21.

Lo importante de esta celebración, más allá del día en el que se haga, en cada lugar, es lo que tiene de acercamiento a los elementos de la naturaleza. Es nuestro contacto con el fuego. Es nuestro contacto con el agua. Es nuestro contacto con la noche. Es nuestra toma de consciencia de la existencia de un día que es más largo que los otros, con su noche de exigua duración. Es nuestra toma de consciencia de la existencia del rocio matinal, del florecer de la hierba buena, del crecer nocturno de los helechos, del número de  hojas del trebol. Y en la celebración de los ritos sagrados, en el dejarnos llevar por la magía de esta noche, por encima de creencias o supersticiones, existe el deseo renovado y fortalecido por actos rituales, de apariencia absurdos, de ser purificados por el fuego o lavados por el agua, con un solo objetivo: crecer en el amor.



 

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