MEDITACION Y CALIDAD DE VIDA


La percepción de nuestra sociedad con respecto a la meditación ha ido mudando. Antes parecía ser cosa de cuatros “colgaos” mientras que ahora parece que si no meditas no estás en la buena onda. El mundo de la meditación se ha convertido en una nueva moda, una nueva imagen, en algo que “mola” y que ha pasado a estar bien visto, “yo medito… ¿tu aún no?”. 

Hoy en día hablar de meditación ya no es hablar de monjes, de hippies o de sectas, el interés en la meditación está en la calle, los más “guays” del barrio lo hacen, es lo que se lleva ahora. La tienes de todos los tipos, formas y precios: que si mindfulness, que si zen, que si vipassana, que si meditación dinámica, que si focusing, que si biodinámica,… para gustos, colores. 

Cada día que pasa resulta más sencillo encontrar lugares cercanos donde aprenderla y practicarla… aunque en esto, como en todo lo que huele a marketing de masas, no es oro todo lo que reluce. 

Más allá de los motivos que te hayan llevado a interesarte por la meditación y a empezar a sentarte un ratito cada día con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, una cuestión que todo aspirante a recorrer el camino de la meditación podría plantearse es: 

¿Puede la meditación cambiar mi calidad de vida? 

Para desarrollar brevemente la idea que pretendo compartir, me voy a permitir simplificar el asunto al estilo barrio sésamo. Diré que existen dos formas de vida: la vida exterior y la vida interior. 

La vida exterior podríamos decir que es la formada por todas las cosas que nos ocurren, personas con las que nos encontramos, tareas y trabajos que llevamos a cabo, cosas que tenemos y compramos, lugares que visitamos, etc. 

La vida interior podríamos decir que es la formada por todos los estados que nos suceden, la mejor o peor disposición para afrontar algo, nuestro grado de preocupación o confianza, nuestros temores y aversiones, nuestro grado de contento y gratitud, etc. 

Por lo general, se suele pensar que la calidad de vida de una persona viene determinada por su vida exterior, por las cosas que tiene, por las cosas que hace, por las que consigue o que le pasan, etc. Solemos pensar que si alguien tiene un buen trabajo, una buena casa, un buen ambiente,… tiene una buena calidad de vida. Pero estaréis de acuerdo conmigo en que a veces una persona que goza de una buena situación externa en la vida, con suficiente dinero, con una buena familia,… se puede sentir desdichada y triste. Y en cambio podría ocurrir que una persona con circunstancias muy adversas, podría sentirse plena, contenta y feliz. 

¿A que es debido esto? 

A que la calidad de vida de una persona no sólo se relaciona con su vida exterior sino también, y en mayor grado, con su vida interior. Es decir, tu calidad de vida depende directamente de la calidad de tus estados internos, de tu desapego, de tu contento interior, de tu capacidad de asombro y gratitud. 

Con esto no quiero decir que para poder ser más feliz y disfrutar de una mejor calidad de vida no tenga sentido invertir tiempo y energía en encontrar y desarrollar un buen trabajo que nos guste y que nos reporte un buen salario, comprar una buena casa y un buen coche, formar una familia, tener hijos, etc. Simplemente trato de apuntar y poner el énfasis en la importancia de dedicar tiempo y energía a desarrollar la vida interior si lo que quieres (y esto es lo que todos queremos) es mejorar tu calidad de vida y ser más feliz. 

La meditación favorece este cambio de prisma que pasa de centrar la energía en la vida exterior a centrarla en la vida interior

A medida que el camino de la meditación se va recorriendo, cada vez se valoran menos las cosas exteriores y más los estados interiores. Cada vez resulta más sencillo ser consciente de nuestros estados internos, y esta mayor consciencia del estado interno es suficiente para que la calidad del mismo aumente, y con ello mejore también la calidad de vida. 

Una vez se arranca esta dinámica de observar conscientemente los estados interiores, el camino de la meditación va cogiendo ritmo por sí solo. Podríamos decir que los frutos (una mayor calidad de vida) motivan la práctica, y también que la práctica se va convirtiendo en algo más espontáneo y natural, perdiendo así la sensación de estar practicando nada. 

Vivir cada vez más consciente de su estado interior es lo que le espera al meditador. 

Llegado a un punto en el camino, el meditador observa perplejo la estrecha relación que hay entre vida exterior y vida interior. A medida que su vida interior florece en el plano de la conciencia, su vida exterior se transforma de un modo mágico, fluido y sin esfuerzo, mostrando que el camino de la meditación no es meramente un camino interior sino una vía que ayuda a armonizar, y finalmente fusionar, vida exterior y vida interior. 

Que la práctica de la meditación forme parte de tu día a día no garantiza que tu calidad de vida vaya a mejorar. Si la meditación es para ti una cosa, una ropa, una imagen, un entretenimiento, un lugar, una actividad en la agenda, tan sólo servirá para seguir poniendo el acento en tu vida exterior y continuar así perpetuando el desequilibrio y la desarmonía. 

De igual modo, alguien que no medite formalmente, que ni siquiera haya oído hablar del camino de la meditación, puede ser un meditador realmente maduro y, por lo tanto, un ser humano con una vida de alta calidad, habiendo desarrollado su vida interior de múltiples maneras distintas: la naturaleza, el arte, el deporte,… incluso el mundo de los negocios. Todo puede servir de contexto para desarrollar conciencia de nuestros estados interiores, que es, en definitiva, la base sobre la que se asienta el camino de la meditación, o lo que es lo mismo: el camino hacia una vida de alta calidad.

Fuente: datelobueno

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